Observar a los adultos alrededor de los niños es todo un show. Sin ir más lejos, en un parque. Aquellos padres que han llevado a sus hijos con intención de desconectar y se olvidan de ellos por completo, no cuentan.

¿Compartir por imposición?

Hablo de los que están pendientes de cada movimiento de sus hijos, intentando que se relacionen con todos los niños del parque, que contesten las preguntas de los adultos a los que va a parar la pelota con la que jugaban, que sean simpáticos con todo usuario del parque y que además compartan sus cosas e incluso su merienda. Esos padres.

No les juzgo, cada cual sabe lo que hace y porqué lo hace, que ya tenemos todos una edad para hacer lo que nos plazca, pero resulta muy curioso ser espectador de sus movimientos.

Pretenden que sus hijos compartan sus juguetes con todos los niños, y que encima lo hagan con una sonrisa. De no ser así, todos reaccionan igual:

  1. Intentan convencer a su hijo de que hay que compartir con el “amiguito de turno” (¿amiguito de qué si lo acaba de ver por primera vez?).
  2. Le dejan ellos mismos el juguete al otro niño tratando de distraer a su hijo con otra cosa si no se muestra colaborador, justificándose con la madre del otro niño, y ya por último enfadándose con su hijo e incluso amenazándole con regalarle el juguete al otro niño si no cede ante la presión social.

Claro, si luego el niño se enfada o llora, toca lanzar el calificativo de turno:

“es que eres un egoísta, ahora el niño se va a ir triste porque no le dejaste tu juguete”. 

Yo, visto desde fuera, me pregunto

Entonces, ¿Realmente debemos enseñar a los Niños a compartir?

Ponerte en el lugar del niño tiene que ser de lo más revelador, pero claro, pocos adultos se paran a observar y mucho menos a valorar las emociones de un niño. Más si es tan pequeño que todavía no sabe hablar o le cuesta expresar lo que siente.

Tú, madre/padre que piensas que tu hijo tiene que aprender a compartir, ¿te has parado a pensar qué tanto compartes tú?

Porque sí, estamos en la era de la información, tenemos todo prácticamente a un click de distancia y compartimos con nuestros seres queridos y conocidos todo tipo de información, fotografías, chistes… Eso nos da otra visión de las relaciones con nuestro entorno, compartimos información interesante porque queremos ayudar a ese que sabemos que la necesita.

Enviamos una foto de nuestros hijos a nuestra madre porque sabemos que la va a hacer feliz, enviamos información relevante de lo que pasó hoy en el cole a esa madre cuyo hijo no pudo asistir… Sí muy bien, compartimos mucho por el bien social, pero no hablamos de eso precisamente…

Hablamos de compartir cosas valiosas.

Y no, los adultos NO compartimos

Porque aunque tú no lo creas, para tu hijo es tan valiosa su pelota de 2€ como puede ser para ti tu móvil de 200€ o tu coche de varios miles. Sólo se trata de perspectiva y del valor que cada uno le da a las cosas.

Imagina que estás en un banco sentada esperando a alguien con las llaves de tu coche en la mano. Una chica se sienta a tu lado, ve tus llaves y empieza a comentar sobre tu coche, que es el coche que le gusta, que quiere comprarse uno igual…

Y al final termina por pedirte las llaves para ir a dar una vuelta y probar el coche para convencerse de si lo compra o no.

¿Se las dejarías? ¿Y si en vez de pedírtelas directamente te las quita de la mano? ¿Y si encima tu madre o pareja te acompaña y ante tu enfado reacciona enfadándose también por lo egoísta que eres al no dejarle las llaves a tu “amiguita”? Te rebelarías de alguna forma, ¿verdad?

Ese «Amiguito» es un completo desconocido

Pues con tu hijo pasa exactamente lo mismo. Para él su pelota tiene el mismo valor que tu coche para ti, y ese niño al que tú llamas “amiguito” es un completo desconocido al igual que la chica del banco lo es para ti.

¿Por qué le haces pasar por el mal trago de tener que desprenderse de sus cosas ante un desconocido? ¿Y porqué encima le haces sentir mal si no lo hace? 

Ante la situación del banco, lo que mejor te haría sentir si la chica se va con tus llaves es que tu madre o tu pareja corran tras ella para recuperarlas, que se pongan de tu parte y le hagan saber a la chica que eso no está bien hecho y no es correcto.

¿No crees que a tu hijo le gustaría lo mismo? ¿No crees que se sentiría mucho mejor si te pusieras de su parte, le dejaras decidir si quiere compartir o no su juguete, y en caso de que no quiera, explicarle brevemente al otro niño que no es posible utilizar ese juguete porque tu hijo no quiere?

Y lo más importante de todo…

¿No crees que sería mejor ponerte de parte de tu hijo y de lo que está sintiendo en ese momento, sin importar lo que piensen su “amiguito” y su madre/padre?

Tarde o temprano los niños empiezan a compartir sin que nadie les diga nada. Probablemente más pronto que tarde cedan sus juguetes si desde el principio han sentido tu apoyo a la hora de decidir sobre sus propias cosas, y con el paso de las tardes en el parque han ido viendo que no hay amenaza para sus cosas, porque si alguien las coge sin permiso tú le vas a ayudar a recuperarlas.

Y curiosamente, sin que tú hayas tenido que hacer prácticamente nada, tu hijo se convertirá en ese niño generoso que tú querías que fuera desde el principio, sin malos tragos, sin frustraciones, sin llantos y sin enfados por tu parte.

Enseña valores y deja que él decida

Al final, esta es una de las tantas cosas que se dan con el tiempo sin que el adulto tenga que hacer nada, si permitimos a los niños decidir, elegir y explicarse, y si, sobre todo, damos valor a sus sentimientos y emociones sin menospreciarlas por básicas que nos parezcan. Esta es una de esas tantas cosas en las que los adultos deberíamos mantenernos al margen y dejarles ser quienes quieren ser, sin expectativas de que sean de una forma u otra.

Criar a un niño es más fácil, si en ocasiones hacemos el esfuerzo de anular nuestros deseos a favor de los suyos y le dejamos tomar la iniciativa. Será sólo en ese momento cuando nos demos cuenta de que los niños no son libros en blanco que tenemos que llenar con nuestras ideas, sino que en ocasiones el libro está casi completo y sólo hay que aprender a leerlo e interpretarlo para que salga a relucir ese maravilloso ser que aún desconocemos.